El bosque empieza a renacer. Después de un largo, frío y duro invierno, llega una primavera dulce y anhelada por todos. Me gusta la paz y la tranquilidad que me hace sentir el bosque en primavera, me hace de manto protector y me hace creer que no me pasará nada. Eso es una mentira demasiado evidente, ya que, en primavera hay más animales correteando por aquí que en invierno, pero no me importa. Me parece como si estuviera en otro mundo, un mundo en el que no hay guerras, al que me podría acostumbrar toda mi vida pero, la sensación de hambre en mi estómago me hace volver a la realidad. Llevo una semana comiendo agua con alguna hierba que Mami logra recoger, pero eso no es suficiente para todos. Tengo que conseguir cazar algo de carne, y la idea me desagrada. No quiero quitarle la vida a alguien tal y como se la quitaron a mis padres. Sigo las instrucciones de Apolo y intento caminar con el máximo sigilo. Observo. Hay más presas de lo que esperaba el problema es que debería acercarme a ellas porque tan solo llevo un cuchillo. Descarto matar a unos pájaros, siempre he pensado que ellos son los únicos que pueden pasar de un bando a otro sin ser atacados y eso me permite comunicarme con alguien del otro extremo. Hay un cervatillo, pero es tan pequeño que se me rompe el corazón cuando pienso en matarlo. Me recuerda tanto a Dalia que no me atrevo ni a acercarme a él. Todo me recuerda a ella. El viento acariciándome la cara, los animales indefensos, los niños correteando por la hierba, los vestiditos de Mami... Todo es ella y ella es nada. Decidida cojo fuerzas de donde no las hay, agarro el cuchillo con mi mano sudorosa y temblorosa. Me acerco con el mayor sigilo posible a un pobre conejo, eso me vuelve a recordar a ella, pero esta vez me recuerdo que yo no puedo vivir del aire y tampoco Apolo, Mami y los niños. Justo cuando levanto el cuchillo, cierro los ojos y bajo el cuchillo con toda la valentía posible. Antes de poder notar que el cuchillo se ha clavado en medio de la tierra húmeda, oigo un grito ahogado. Ha sido un grito de un niño y ha sonado a unos cincuenta metros detrás mío. Mi cuerpo se pone en guardia, preparado para correr, como hizo Dalia o para atacar como hace Apolo. No se que ha pasado. Quizás un animal le haya atacado. Ahora él chilla. Tengo miedo. Una parte de mi grita que huya y la otra, necesita socorrer a ese niño, podría haber sido Dalia. Su nombre hace un efecto demasiado nocivo en mi. Mis piernas se disponen a correr hacia la voz. No deja de chillar parece como si lo estuvieran torturando. Esquivo todas las malezas que puedo, aunque no todas y eso es notable en los arañazos que tengo por los brazos y las piernas. Un árbol mas alto que yo misma se interpone en mi camino pero este no hace que yo pare, yo sigo adelante. La voz, cada vez se hace más potente, cada vez estoy más cerca y justo cuando parece que la tenga delante de pronto, silencio. Nada ha sido una alucinación, yo se que todo lo que ha sucedido ha sido verdad y ese niño no está muy lejos de mi. De pronto me doy cuenta de que estoy descubierta, si en este momento quisiera matarme alguien, lo tendrían demasiado fácil, podría ser una trampa. Acto seguido, agarro fuerte el cuchillo pero, no puedo, llevo aferrada a él todo el tiempo. Al mirar el cuchillo me doy cuenta de que los rasguños no pintan bien, me he hecho más daño del que había calculado. Pero no tengo tiempo en pensar cómo he quedado, todo me da vueltas y ya no se que parte de lo sucedido ha sido realidad y cual mentira. Lo último que recuerdo: Debo encontrar a ese niño. Alzaré los ojos, Esah Aynai.
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